Existen muchas circunstancias de nuestras vidas en las que no nos sentimos a gusto con lo que estamos viviendo, sentimos que perdemos el control en muchos aspectos; sobre todo con nuestras emociones, sentimientos y pensamientos. De ahí nace una incomodidad que nos acompaña durante una etapa, un periodo de tiempo, y de la que queremos desprendernos a toda costa.
Como seres humanos imperfectos que somos todos tendemos a buscar fuera a los responsables de esa incomodidad para poder sentir alivio. No somos conscientes que el malestar es interno, reside dentro de nosotros mismos y es ahí donde podemos ir encontrando soluciones o aceptar lo que estamos padeciendo intensamente. Es incómodo sentir que te “hierve la sangre por dentro” porque no acabas de comprender muchas cosas que suceden a tu alrededor. Estos procesos que conllevan tanto dolor o incomodidad pueden estar relacionados con enfermedades que no queremos vivir, que nos generan frustración, indignación, miedo, tristeza, etc.
Podemos llegar a sufrir muchos estados diferentes de ánimo que no entendemos el porqué lo sufrimos de esa manera tan intensa y dolorosa, que incluso puede llegar a paralizarnos en continuar con nuestros proyectos vitales. Son momentos de mucho sufrimiento interno que incluso es mejor no buscar explicación, sino observarnos y seguir caminando con estos sentimientos hasta que se vayan desvaneciendo; evidentemente poniendo toda nuestra mejor actitud, herramientas o pidiendo ayuda profesional. Esto me recuerda que nada en la vida es permanente, lo mismo sucede con las emociones, sentimientos y pensamientos; si sentimos una gran tristeza, una euforia desorbitada, una rabia descontrolada: un “caos emocional”. Al final todo sigue su curso, va fluyendo y puede que llegue un momento en el que este dolor emocional no sea de esa magnitud, que lo miremos con otro foco diferente que puede ir acompañado de una calma interior. Será un momento en el que quizás podamos llegar a descubrir nuestra estupidez al depositar toda la culpabilidad en los demás y en las circunstancias. Evidentemente que son factores que pueden perturbar nuestra harmonía emocional pero casi siempre será la actitud y aptitudes nuestras aliadas para enfrentarnos de la mejor manera posible a estas situaciones complejas de la vida.
Podemos ser conscientes del malestar físico o emocional cuando, por ejemplo, padecemos problemas graves de salud mental (crisis de ansiedad, depresión, pensamientos con delirios o psicosis, u otros estados alterados de la conciencia) pero podemos llegar a comprender que en gran parte todo depende de nuestra percepción respecto una determinada situación personal que nos plantea la vida. Es lícito y humano vivir esa etapa dolora emocionalmente, pero se ha de recurrir a pedir ayuda a profesionales, familia, amigos, entorno social para volver a vislumbrar un bienestar, un equilibrio; siendo consciente que vendrán más situaciones complejas pero que tendremos más experiencia, más capacidades y mejor actitud para poder afrontarlas positivamente, o aceptarlas con más serenidad.
Por lo tanto, miremos la inconformidad como parte de nuestra personalidad, como cualidad de todo ser humano que quiere controlar lo que no le gusta, con nuestras imperfecciones. Abrazar esta inconformidad, dándonos mucho cariño y tiempo, mucha paciencia. Podemos observar ese malestar desde la quietud, reconociendo que será pasajero y que de ello podremos quizás extraer otra lección de aprendizaje en el camino de la vida.
Montse Aguilera Ruiz
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